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La Paloma (2): De sorpresa en sorpresa

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                                                                                                ¿Qué era aquel extraño aparato? Con el tiempo, he entendido para que servía, pero aún sigo sin creerme que Eduardo fuera capaz de inventar aquella cosa, si es que se la podía llamar así. Aquella madrugada de 27 de junio, aparte de lluviosa como ninguna, la oscuridad invadía la sala embriagando mis sentidos, susurrando con esa inaudible y macabra voz en mi mente, intentando volverme loca, lo que podría pasar si Eduardo me descubría. Hice lo imposible por calmarme y con paso más renqueante que seguro me aproximé a la especie de enorme caja que vislumbraba débilmente. Casi estaba a punto de optar por salir corriendo cuando, repentinamente, el pelo se me enganchó en un botón y, al tratar de desengancharme, recibí un fuerte y sonoro golpe en la cabeza. Un líquido viscoso empezó a bajarme a los brazos El corazón se me encogió en un puño mientras la misma valentía que me había empujado hasta allí salía corriendo por la ventana en mis zapatillas de claqué. ¿Me habría pegado un tiro con algún prototipo de tanque? Sacando fuerzas de el Señor sepa dónde, me tranquilicé y explore con cuidado la boca de aquella cosa, hasta que puede suspirar aliviada. ¡Era una palanca! Mientras me frotaba la cabeza para asegurarme de que el golpe no había sido excesivamente grande, pensé que ya tenía un problema menos. Al menos, hasta que la balanza se equilibró nuevamente.

– ¿Qué haces aquí?

                                                    Si alguien hubiera estado en la estancia con un cronómetro, no le habría dado tiempo de llegar a pulsarlo. Me giré aterrorizada y me encontré a Eduardo corriendo hacia mí como un maníaco, gritando algo de su máquina. Retrocedí asustada ante su acometida y del susto tropecé con algo y perdí el equilibrio. Olvidándome por un momento de él e intentando no caer, me agarré a la palanca, pero esta cedió bajo mi peso, así que terminé por precipitarme al suelo, dándome de paso un buen golpe en la espalda y otro en la cabeza, que esta vez me dejó inconsciente.

                                                       ¿Cuánto tiempo estuve ‘dormida’? Aún lo ignoro. Cuando me desperté me seguía doliendo la cabeza a horrores y lo veía todo borroso. La noche proseguía en calma afuera, con la llovizna arañando un cristal y entrando por la parte abierta para morderme la pierna, dado que la falda solo me cubría hasta la rodilla, y toda la habitación seguía sumida en la penumbra, por lo que me costó recordar donde estaba. Instintivamente me acerqué gateando hasta la ventana y, aunque la lluvia me empapó la cara, conseguí alcanzar la rama del árbol por el que había trepado. Me importaba ya un comino lo que pasara en la feria, solo quería salir de aquella casa de locos. Justo, cuando bajaba, se me ocurrió mirar el móvil para mirar si alguien, fueran mis amigas o mis padres, me habían echado en falta. No llegué a traspasar la pantalla de inicio, mis ojos se clavaron en la hora, adornada con una foto de uno de mis días en la playa el verano anterior: 3:07. Hey Brother, de Avicii, la última canción que recordaba haber bailado, se la habíamos pedido todos al unísono a la anfitriona en torno a las 5:30.

 

 

 

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